La profunda incertidumbre que imperaba en la vida de nuestros ancestros prehistóricos los llevó a enfrentar su dura realidad de dos maneras. La primera fue rendir culto a poderes sobrenaturales que se creía eran los responsables por decidir quien vivía o moría. La segunda fue el aprendizaje, la adquisición de conocimiento o alguna habilidad que fuera útil para sobrevivir. El primer método dio origen a las religiones y el segundo a las ciencias. El propósito de ambos métodos fue lograr algún nivel de certeza o control en medio de una naturaleza sumamente impredecible y peligrosa. Este antepasado precario de sumisión a un mundo natural voluble y aterrador, le inculcó al hombre un temor instintivo y la adoración hacia amos invisibles y poderosos que controlaban lo desconocido. El humano continuó acumulando conocimientos útiles para sobrevivir, y al mismo tiempo desarrolló culturas alrededor de estos poderes míticos sobrenaturales que se situaban en un plano superior sagrado. Sin embargo, fueron los descubrimientos científicos y tecnológicos los que eventualmente produjeron nuevos niveles de certeza, de control y de comodidad cuando se trata de la supervivencia y longevidad humana en la vida moderna. Mientras más avanza el conocimiento, más se extingue la jurisdicción y el poder de los amos invisibles. Ahora sabemos que la inmensidad de lo desconocido no es evidencia de ningún poder sobrenatural, solo de nuestra inmensa ignorancia. Esta realización puede entonces abrir el mundo de la ética y la moral al pensamiento científico para estudiar los temas más importantes de la existencia humana, mas allá de solo sobrevivir.
A continuación, les comparto un extracto del libro The Quest for Certainty
Por: John Dewey
Capítulo 1. Escapar del peligro
─Extracto
El hombre que vive en un mundo de peligros se ve obligado a buscar su seguridad. Ha buscado obtenerla de dos maneras. La primera empezó con un intento de ganarse a los poderes que lo envolvían y determinaban su destino. Se expresaba en súplicas, sacrificios, ritos ceremoniales y cultos mágicos. La segunda manera fue el invento de las ciencias y mediante ellas poder sacar provecho de las fuerzas de la naturaleza. Este es el método de cambiar el mundo mediante la acción, mientras que el anterior es el método de cambiarse a sí mismo en cuanto a emociones e ideas. La gente de antaño titubeaba entre pensar que las ciencias eran un regalo de los dioses y una invasión a sus prerrogativas. Sin embargo, el hombre ha estado lo suficientemente contento de disfrutar los frutos de tantas ciencias como tenga a su alcance, y en los siglos recientes se ha dedicado a sí mismo cada vez más a buscar su proliferación.
El agobio de los proverbios y los sabios es que los mejores planes del hombre con frecuencia salen torcidos. La suerte, en lugar de nuestras intenciones y acciones, determina el eventual éxito o fracaso. El patetismo de expectativas que no se cumplen; la tragedia de propósitos e ideales derrotados; las catástrofes accidentales, son trivialidades en todos los comentarios sobre la escena humana. Valoramos condiciones; tomamos la mejor decisión posible; actuamos, y debemos confiar el resto al destino, a la fortuna o la providencia. Los moralistas nos dicen que miremos a las consecuencias cuando actuamos y después nos informan que las consecuencias son siempre inciertas. El juicio, la planeación, la decisión, no importa que tan detalladamente ejecutada, y la acción sin importar que tan prudentemente llevada a cabo, nunca son los únicos determinantes del resultado. Fuerzas naturales ajenas e indiferentes, condiciones imprevisibles, entran en juego y tienen una voz decisiva. Mientras más importante sea el asunto, más será su peso en el resultado subsecuente.
La búsqueda de la certeza es una búsqueda de paz garantizada, un objeto descalificado del riesgo y de la sombra de miedo que la acción proyecta. Ya que no es la incertidumbre por sí misma lo que desagrada al hombre, sino el hecho que la incertidumbre nos envuelve en los peligros del mal. “La búsqueda de la certeza completa solamente puede ser alcanzada en el conocimiento puro”, tal es el veredicto de nuestras tradiciones filosóficas más duraderas. Vivimos protegidos por miles de ciencias y además hemos ideado esquemas los cuales mitigan los peligros que se acumulan. El hombre primitivo no tenía ninguna de las ciencias para protegerlo y vivía bajo condiciones en las cuales estaba extraordinariamente expuesto al peligro. La mayoría de nuestras herramientas más simples no existían, no había ningún pronóstico preciso, el hombre enfrentaba a las fuerzas de la naturaleza en un estado de desnudez más que solamente físico, a excepción de condiciones inusualmente benignas, era constantemente acosado por peligros que no conocían remisión. En consecuencia, el misterio atendía las experiencias del bien y el mal. No podían ser rastreadas a sus causas naturales y parecían ser dispensadas, el regalo o la imposición, de poderes más allá de su control. Así que el hombre que carecía de los instrumentos y las habilidades desarrolladas posteriormente, se aferraba a lo que fuera, a cualquier salto de su imaginación, que pudiera considerar como una ayuda en tiempos duros. La atención, el interés, y el cuidado que ahora se invierten en adquirir alguna habilidad en el uso de aparatos y en el invento de medios que sirvan mejor para lograr algún fin, fueron en esa época consagrados a la observación de presagios, pronósticos irrelevantes, ceremonias ritualistas y la manipulación de objetos mágicos con poderes sobre eventos naturales. En esta atmósfera nacieron y proliferaron las religiones primitivas.
Mientras no había un área definida del mundo natural, aquello que se sitúa más allá de lo natural no puede tener sentido. La distinción, era entre lo ordinario y lo extraordinario. Pero estas dos áreas no estaban de claramente demarcadas. Había una superposición que era tierra de nadie. En cualquier momento lo extraordinario podía invadir lo trivial y arruinarlo o envolverlo en un manto sorpresivamente glorioso. Todo lo que poseía un poder extraordinario para beneficiar o para dañar era sagrado; lo sagrado significaba la necesidad de acercarse con escrúpulos ceremoniales. Lo sagrado, ya sea un lugar, un objeto, una persona o un aparato ritual, poseía un lado siniestro, “manéjese con cuidado” estaba escrito sobre él. El asegurar el favor de lo sagrado es estar en el camino del éxito, mientras que cualquier éxito conspicuo era prueba de este poder abrumante ─un hecho que políticos de todas las eras han sabido cómo utilizar. El hombre primitivo desarrolló algunas herramientas y habilidades. Con ellas vino un conocimiento prosaico de las propiedades ordinarias. Pero estos conocimientos se encontraban rodeados por otras creencias de tipo imaginativo y emocional. Sólo porque algunas creencias estaban basadas en hechos no les otorgaba el peso y la autoridad que pertenecía a creencias sobre lo extraordinario e inexplicable. El conocimiento sobre hechos comprobables, creencias basadas en evidencia de los sentidos tenían poco glamour y prestigio comparado con la moda de los ritos y ceremonias. Aquí yace el origen fundamental del dualismo de la atención y la consideración humana. Lo inferior era aquello que el hombre podía pronosticar y controlar razonablemente en la medida que sus instrumentos y ciencias se lo permitían. Lo superior eran aquellas ocurrencias tan incontrolables que testificaban la operación y la presencia de poderes más allá del alcance de las cosas mundanas.
Que el hombre tiene dos maneras, dos dimensiones de creencias, no puede dudarse. Tiene creencias sobre la existencia y sobre la trayectoria de los eventos, y tiene creencias sobre los fines que debe esforzarse por lograr, políticas que deben adoptarse, bienes que deben obtenerse y males que deben evitarse. El más urgente de todos los problemas concierne la conexión entre los temas que estos dos tipos de creencias tienen en común. ¿Cómo deberían nuestras más auténticas y confiables creencias cognitivas ser usadas para regular nuestras creencias en lo práctico? ¿Cómo debería lo anterior servirnos para organizar e integrar nuestras creencias intelectuales? El hombre tiene creencias que la ciencia le concede, creencias sobre las estructuras y procesos de las cosas; y también tiene creencias sobre los valores que deben regular su conducta. La pregunta de ¿cómo estas dos formas de creer pudieran interactuar de manera efectiva y fructífica entre ellas? es el problema más significativo y general que la vida nos presenta.
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