En su libro The Moral Landscape Sam Harris nos habla sobre un hipotético paisaje moral que describe de la siguiente manera: si fuera posible hacer un estudio a nivel global sobre el grado de bienestar de los seres humanos de acuerdo a su ubicación geopolítica y cultural, pudiéramos entonces, usar esos datos para crear una gráfica donde se pueda observar una curva con sus respectivos picos y valles correspondientes a cada sociedad en particular. Las sociedades relacionadas con los picos del bienestar serían denominadas las más avanzadas porque en estas regiones sus constituyentes florecen y se desarrollan de manera constante y consistente; los valles donde los humanos muestran los niveles más bajos de bienestar serían las regiones donde las personas sufren las peores circunstancias de pobreza, desigualdad, represión y estancamiento social. Este paisaje del bienestar y del sufrimiento humano es lo que Harris llama el paisaje moral. Esta visualización ilustra un esquema potencial para evaluar a todas las sociedades objetivamente, solo quedaría favorecer a los sistemas sociales que producen los picos y evitar los que resultan en los valles. Sin duda alguna, este ejercicio moral imaginario tiene varias complicaciones importantes. Y el problema principal es definir cuáles serían exactamente los criterios usados para evaluar y calificar a los diferentes grupos humanos. Porque el aplicar cualquier criterio de esta forma implica el reconocer que representa un valor universal trascendental que puede ser usado para juzgar a todos los sistemas sociales, todas las tradiciones y culturas en el mundo. No existe en la actualidad un consenso que permita realizar un estudio global de esta naturaleza sin generar demasiada controversia. Pero, sí podemos afirmar que la humanidad ha experimentado un progreso moral generalizado a través de su historia. Fenómenos sociales como la esclavitud y el racismo, han sido históricamente aceptados en todas las civilizaciones, y ahora son rechazados universalmente, al igual que todos los tipos de explotación y discriminación injusta. Esto es una clara indicación de que sí es posible lograr consensos universales de este tipo. Harris argumenta que este es un problema que ha sido indebidamente ignorado por la comunidad científica que ha cedido el terreno y se ha mantenido al margen abandonando por completo los temas relacionados con los valores, al relativismo religioso y al posmodernismo. El relativismo moral es inherente a las religiones porque existe una infinidad con valores distintos y además la religión que se practica depende en gran medida de la región donde se nace. Y por supuesto, el lugar donde se nace es aleatorio, por lo tanto, la moral religiosa que practica una persona en particular es adquirida principalmente al azar. El relativismo laico acepta el argumento de que no existe ninguna moral divina absoluta pero además afirma que tampoco puede existir ninguna verdad moral científica. La historia de las religiones y los filósofos célebres se puede contar a través de miles de años, pero es diminuta cuando se compara con la historia de la evolución desde los primeros seres vivos que desarrollaron sistemas nerviosos, y después sentimientos como la empatía, la ira, la culpa, el sentido de pertenencia a un grupo, y comportamientos derivados de la competencia como el altruismo recíproco y la lealtad. La historia de la evolución es un relato ancestral que abarca miles de millones de años y que subsume a todas las demás historias, culturas y tradiciones. Esta perspectiva biológica evolutiva de la moral es el fundamento sobre el cual se están construyendo las nuevas ciencias que recuperarán el terreno cedido al relativismo para hacer un análisis objetivo del bienestar y el sufrimiento de los seres vivos, y de esta manera continuar el progreso.
A continuación, un extracto de la introducción del libro The Moral Landscape de Sam Harris.
Por: Sam Harris
─Extracto
La mayoría de las personas creen que la ciencia no puede plantear, mucho menos responder, preguntas relacionadas a los valores y la moral. ¿Cómo pudiéramos afirmar de manera científica que un estilo de vida es mejor, o más ético, que otro? ¿Cuál definición de “mejor” o “ético” usaríamos? Aun cuando muchos científicos ya estudian la moralidad desde una perspectiva evolutiva, así como también la neurobiología subyacente, el enfoque de sus investigaciones se centra en describir la manera en que los seres humanos pensamos y nos comportamos. Nadie espera que la ciencia nos instruya en cómo debemos de pensar y cómo debemos comportarnos. Las controversias relacionadas con los valores humanos son oficialmente ajenas a la ciencia y en esos temas la ciencia no tiene ninguna posición oficial. Sin embargo, mi intención es argumentar que las preguntas sobre los valores, la moralidad, el significado y propósito de la vida, son en realidad preguntas sobre el bienestar de las criaturas conscientes. Por lo tanto, los valores se pueden traducir a hechos concretos que pueden ser estudiados y comprendidos, por ejemplo, con respecto a las emociones sociales, a los impulsos vengativos, a la neurofisiología de estados mentales como la felicidad y el sufrimiento, etc. Los hechos más destacados en este tema deben necesariamente trascender culturas ─de la misma manera que los hechos sobre las enfermedades físicas y mentales lo hacen. El cáncer en Nueva Guinea es también cáncer en China; el cólera sigue siendo cólera sin importar en cuál país o cultura se encuentra, y todo lo que sabemos sobre estas enfermedades se aplica. De la misma manera, la compasión sigue siendo compasión; el bienestar o el sufrimiento de los seres vivos siguen siendo bienestar o sufrimiento sin importar que religión practiquen o en donde vivan. Podemos decir entonces, por lo menos en principio, que debe ser posible entender la manera en que la cultura nos define dentro del contexto de la neurociencia y la fisiología. Mientras más logremos entendernos a un nivel del cerebro, más nos daremos cuenta de que hay respuestas correctas e incorrectas a las preguntas relacionadas con lo valores humanos.
Por supuesto que tendremos que confrontar antiguos desacuerdos sobre el estado de la verdad moral: las personas que obtienen su forma de ver el mundo de la religión, en general creen que las verdades morales existen, pero solo porque Dios las ha colocado en el tejido de la realidad; mientras que aquellos que no tienen fe, tienden a creer que las nociones del bien y el mal son inventos culturales. Mi intención es el persuadirlos de que ambos puntos de vista están equivocados. El propósito de este libro es el de iniciar una conversación sobre cómo las verdades morales pueden ser entendidas en un contexto científico. El argumento que planteo en este libro está destinado a ser controversial, descansa en una premisa muy simple: el bienestar humano depende completamente de eventos en el mundo y en estados del cerebro humano. Consecuentemente, deben existir verdades científicas que pueden conocerse al respecto. Un entendimiento más detallado de estas verdades nos forzará a hacer claras distinciones entre formas diferentes de vivir en una sociedad, juzgando algunas mejores que otras, más o menos fieles a los hechos, y más o menos éticas. Tales perspicacias pudieran ayudarnos a mejorar la calidad de la vida humana. No estoy diciendo que podemos resolver todas las controversias morales a través de la ciencia. Las diferencias de opinión permanecerán pero dichas opiniones estarán más restringidas por los hechos. Y es importante el darnos cuenta de que nuestra incapacidad para responder alguna pregunta, no dice nada sobre si la pregunta misma tiene o no una respuesta.
¿Debemos respetar todas las opiniones por igual dada nuestra incapacidad para obtener respuestas a todas las preguntas? Claro que no. De la misma manera, el hecho de que no podamos resolver todos los dilemas morales, no quiere decir que todas las posibles respuestas son válidas y equivalentes. En mi experiencia, el confundir la ausencia de respuestas en la práctica con ausencia de respuesta en principio, es una fuente importante de confusión moral.
Por ejemplo, hay veintiún estados en los Estados Unidos que aún permiten el castigo corporal en las escuelas. En estos lugares es legal para los maestros el golpear a los niños con una tabla lo suficientemente duro como para sacarles moretones incluso sangrado ligero. Cientos de miles de niños son sujetos a este tipo de violencia cada año, casi exclusivamente en el sur. No es necesario aclarar que el motivo detrás de este razonamiento se puede encontrar en la biblia: el creador del universo mismo nos ha dicho que si no castigamos a los niños de esta manera se pueden convertir en unos malcriados (Proverbios 13:24, 20:30, y 23-13-14). Sin embargo, si en verdad nos preocupa como tratamos a nuestros niños y fomentar el bienestar humano, entonces podríamos preguntarnos si es sabio el sujetar a niños y niñas pequeñas a semejante dolor, terror, y humillación pública como una manera de motivar su desarrollo emocional y cognitivo. ¿Alguien tiene alguna duda de que esta cuestión tiene una respuesta correcta? ¿Alguien tiene alguna duda de que es importante que encontremos la respuesta correcta? De hecho, todas las investigaciones indican que el castigo corporal es una práctica desastrosa que lleva a más violencia y a una patología social. Pero el punto más importante es que debe haber una respuesta correcta para preguntas de este tipo, independientemente de si la conocemos o no. Y esta no es un área donde simplemente ─debemos─ respetar las “tradiciones” de otros y respetar las diferencias.
¿Por qué es la ciencia la herramienta que nos ayudará a encontrar las respuestas? Porque las diferentes respuestas que las personas ofrecemos a dichas preguntas ─y también las consecuencias que les siguen en términos de relaciones humanas─ pueden traducirse a diferencias en nuestros cerebros, en los cerebros de los demás, y en el mundo exterior. Espero demostrar que cuando hablamos de valores, en efecto, estamos hablando de un mundo interdependiente de hechos.
Hay hechos que deben ser comprendidos sobre cómo los pensamientos y las intenciones emergen en el cerebro humano; hay hechos para ser estudiados sobre cómo estos estados mentales se traducen en comportamientos; existen todavía más hechos para ser conocidos sobre cómo estos comportamientos influyen en el mundo y en las experiencias de otros seres conscientes. Veremos que los hechos de este tipo rebasan lo que queremos decir cuando usamos términos como “el bien” y “el mal”. Conforme pasa el tiempo también caerán cada vez más dentro del campo de la ciencia y penetrarán en características más profundas que solo la afiliación religiosa de cada persona. Así como no existe tal cosa como la física cristiana, o el algebra islámica, veremos que no existe tal cosa como la moralidad cristiana o la moralidad islámica. En efecto, argumentaré que la moralidad debe ser considerada como una rama científica aún sin desarrollar.
Según mi experiencia puedo decir que, en la guerra cultural entre los conservadores cristianos y los liberales laicos, ambos lados comparten la creencia de que la ciencia no tiene el poder de encontrar respuestas a las preguntas más importantes en la vida de los seres humanos. Y la manera en que una persona percibe esta supuesta separación entre los hechos y los valores parece tener una influencia decisiva en todos los demás temas importantes de la sociedad. Esta discordia en nuestra forma de pensar tiene diferentes consecuencias en cada extremo del espectro político: los religiosos conservadores tienden a creer que existen respuestas correctas a las cuestiones morales, pero solo porque el Dios de Abraham lo decidió así. Conceden que los hechos ordinarios pueden ser descubiertos mediante la investigación racional, pero creen que los valores provienen de una voz divina en un torbellino. La intolerancia a la diversidad, desconfianza en la ciencia, indiferencia por las causas reales del sufrimiento humano, esas son algunas de las consecuencias de la separación entre los hechos y los valores que se pueden observar en la derecha religiosa. Los liberales laicos, por otro lado, tienden a imaginar que no es posible que existan respuestas objetivas a las preguntas morales. El relativismo moral, lo políticamente correcto, la tolerancia incluso de la intolerancia, estas son algunas de las consecuencias familiares de separar los hechos y los valores en la izquierda política. La comunidad científica es predominantemente liberal y laica y las concesiones hechas al dogmatismo religioso han sido asombrosas. Como veremos este problema ha alcanzado a los niveles más altos de la Academia Nacional de la Ciencia, y el Instituto Nacional de Salud. Incluso la revista Nature, una de las publicaciones científicas más influyentes en el planeta, ha sido incapaz de patrullar la frontera entre el discurso razonable y la ficción religiosa. He encontrado con que los editores de esta revista han aceptado generalmente la idea de que la ciencia y la religión no pueden estar en conflicto porque constituyen diferentes campos de experiencia. Según uno de los editores los problemas comienzan cuando una se entromete en el territorio de la otra que no le corresponde.
La idea subyacente es que mientras la ciencia es la autoridad en el funcionamiento del universo físico, la religión es la autoridad en el significado de las cosas, los valores, la moral, y en lo que constituye una vida noble. Espero persuadirlos de que esta idea no solo es falsa, sino que es imposible que fuera verdad. El significado, los valores, la moral, y una vida noble deben por necesidad estar conectados con hechos sobre el bienestar de los seres conscientes ─y en el caso de los humanos, deben depender de eventos en el mundo y de los estados mentales en que se puede encontrar el cerebro. Una investigación abierta, racional y honesta siempre ha sido la verdadera fuente de conocimiento sobre dichos procesos. La fe, si alguna vez está en lo correcto sobre cualquier cosa, está en lo correcto por accidente.
Parece inevitable, por lo tanto, que eventualmente las ciencias abarcarán las preguntas más profundas sobre la vida ─y esto garantiza una reacción de oposición y resistencia. La manera en que respondamos a esta colisión de ideas y formas de ver el mundo influirá en el progreso científico, por supuesto, pero también puede determinar si somos exitosos en construir una civilización global basada en valores compartidos. La pregunta de cómo deben vivir los seres humanos en el siglo veintiuno tiene muchas respuestas ─y la mayoría están probablemente equivocadas. Solo un entendimiento racional del bienestar humano permitirá a miles de millones coexistir pacíficamente, convergiendo en los mismos objetivos sociales, políticos, económicos, y ambientales. Una ciencia del florecimiento humano puede parecer muy lejana, pero para alcanzarla, primero debemos reconocer que el terreno intelectual existe. A través de este libro hago referencia a un espacio hipotético que llamo “el paisaje moral” ─un espacio de resultados reales y potenciales donde los picos corresponde a los niveles más elevados de bienestar y cuyos valles representan el peor sufrimiento posible. Diferentes formas de pensar y de comportamiento ─diferentes prácticas culturales, códigos de ética, modos de gobierno, etc.─ se traducirán en desplazamientos a través de este paisaje, por lo tanto, hacia diferentes niveles de bienestar. No quiero decir que necesariamente descubriremos una sola respuesta correcta para cada pregunta moral, o una sola forma de vivir que es la mejor para los humanos. Algunas preguntas pueden admitir varias respuestas, más o menos equivalentes. Sin embargo, la existencia de múltiples picos en el paisaje moral no los hace menos relevantes o dignos de ser descubiertos. Ni tampoco hace la diferencia entre el estar en un pico o estancado en un valle profundo, menos clara o importante. Mi objetivo es convencerte de que el conocimiento humano y los valores humanos ya no pueden mantenerse separados. El mundo de las mediciones y el mundo de los significados deben eventualmente ser reconciliados. Y la ciencia y la religión ─siendo maneras antitéticas de pensar sobre la misma realidad─ nunca se pondrán de acuerdo en los términos. Al igual que todos los asuntos fácticos, las diferencias de opinión sobre las preguntas morales solamente revelan lo incompleto de nuestro conocimiento; no nos obligan a respetar indefinidamente una diversidad infinita de puntos de vista.
Sam Harris hablando sobre el rol de la ciencia en la moral en el canal de YouTube TED (subtítulos en español)
Muy interesante